Estaba en la terracita, un oscuro medio día echándome una copita, en ese bar que hace esquina con la calle mayor.
Apareciste tu, yo me levanto de la silla, y hacia ti me encamine. ¿Puedo darte un beso niña? Y después me avergoncé de mi, pero no pude resistirme, te pregunte otra vez, ¿Puedo darte un beso niña, aunque sea en la mejilla? Tu me dijiste que si, me respondiste si. ¿Podría subirte la falda, y tumbarte aquí en mi mesa, podría tomarte aquí mismo? Dime que si, por favor. Tu tiraste al suelo las copas, que había encima de la mesa, tu me arrasgaste entre tus brazos y se te abrieron las piernas. Tu me dijiste que va. Venga, venga va.
Los clientes no entendían, la gente curioseaba. Follando en un bar del centro en plena calle mayor, y al fin vino un camarero, nos llamo la atención: fuera de aquí por favor, le contestamos que no. Y ademas le pedimos un pequeño favor. ¿Puede señor camarero hacer de casamentero? Casenos aquí mismo, casenos por favor. No debería de hacerlo, pero en fin venga va. Allí mismo nos casamos, nos caso el camarero. Y ahí encima de esa mesa, de ese bar, y de esa calle, que luna de miel pasamos, quince días bien preciosos, fue precioso nuestro amor.