Caricias.
Besos. Caricias. Caricias.
Besos. Besos en el cuello. Besos y más besos. Caricias. Caricias y más caricias.
Nos convertimos en una sola persona, la locura llamaba a voces a la cordura en
aquella habitación. La pasión competía con el amor, ¿Quién ganaría? La verdad
es, que no me pare a pensarlo. Mente en blanco. Besos y… mas besos. Mis grandes
manos bailaban acorde con su esbelto cuerpo. ¿Quién podía pensar? ¡Nadie se
pondría a pensar en esa situación! Hasta que sus pequeños labios me susurraron
un te quiero. Un te quiero jamás
escuchado, un te quiero bajito, pero a la vez fuerte. Un te quiero que se quedo
tatuado, en el cuerpo de los dos, era la primera vez que escuchaba esas dos
palabras tan sinceramente. Se paró el tiempo, cesaron los besos y las caricias y se unieron
miradas. Me miró. Le miré. Nos miramos y baje la mirada, había demasiada
tensión en esa habitación. ¡Que vuelvan los besos por favor! Acto seguido,
cogió su blusa blanca y la comenzó a
abrochar, y yo… yo no podía decir nada, aunque quisiera, las palabras no me
salían ¿Qué narices digo ahora? ¿Qué se hace en estos casos? Ingenuo de mí. La
chica acabo de vestirse y antes de salir de aquella habitación dijo: Cuando crezcas, llámame.